domingo, 3 de abril de 2011

Y beso su vientre...


Comienzo besando sus labios, con toda la pasión y el  amor que se apodera de mi, para que pueda sentir lo que siento, acaricio su rostro, su cuello y su cintura, en estos  momentos dejarme llevar por la locura es lo mas cuerdo y esta me pide que nos levantemos de esas sillas que tanto nos separan, tal vez deba sentir un poco de recelo a lo que pasará pero no hay temor, ni confianza, ni valor lo único que me guía es mi deseo.
Llegamos al sofá que siempre estuvo allí para nosotros, pero que no habíamos prestado demasiada atención, éste al sentir que nos apoyamos en el nos acoge con tanta paz que siento que podría morir en él .Pero no, solo yacemos  en él.
Somos el sol y la luna, y un simple sofá se convierte en  el cielo donde podría nacer el más hermoso de los eclipses. Mis manos recorren su cuerpo como tratando de buscar lo que me enloquece de ella, a pesar de que sé que es todo su cuerpo lo que causa mi insania.
Nos volvemos tan efímeros como eternos, durante ese bosquejo de tiempo somos ambos esclavos y amos uno del otro sin ganas de cambiar nuestras posiciones, por unos  instantes somos tan inmortales  y finitos al mismo tiempo o por lo menos deseamos serlo; que importa ya. Lo único que importa es que estamos ahí descubriéndonos de alguna manera.
Mis manos se emancipan de mi cuerpo y deciden colonizar el suyo, recorren su rostro, llegan a su cuello, pero no es suficiente para ellas, logrando burlar la seguridad que brindan sus ropas llegan a sus pechos  y estos se describen mediante el tacto. Mis labios han llegado a su vientre, lo besan como intentando descubrir el milagro que se realiza en este, el de dar vida, ya no sé quién controla mi cuerpo de lo único que estoy seguro es de lo que siento, siento el amor en  una de sus máximas expresiones porque lo siento en las formas de su cuerpo.
En esos instantes en que  nuestras existencias están superpuestas, respirando solo el aliento que emana el otro, nuestros sentidos se vuelven dependientes  y nacidos por el mismo motivo, sentir el cuerpo de quien se ama, descubro, sin que suene a blasfemia, que el peor castigo de la humanidad no fue el verse desnudos después del pecado original sino el verse condenados a estar separados de quien se ama por las ropas y odio nuestros vestidos, porque no permiten que nuestras pieles se encuentren por completo. Después de haber recorrido todo su cuerpo sin importar su ropa me veo decidido a despojarme de las corazas que nos distancian y en mi intento de desprenderla a ella de los tejidos que cubren su torso ella me detiene, por un instante  pienso que debería odiarla por hacerlo y sin embargo aunque no lo crea,  la amo más que nunca tal vez porque sé que lo tenemos todo menos el lugar y el momento indicado así que  poco a poco nos detenemos…